Hace un tiempo que busco entender dónde se aloja la raíz profunda del desvarío, de la ignorancia y del desamor en este - nuestro paisito zalameramente querido – donde todo se vende, todo es transable y que hasta los valores más intangibles, como son la memoria, los testimonios de nuestro paso por la vida, plasmados en la ciudad, están al mejor postor…
No se por qué asociación curiosa, de madrugada, se me configuró el cuadro, me remonté a esas tardes de infancia cuando, ebrios de emoción, hermanos y primos jugaban al “Metrópolis” - premonitoriamente yo nunca me sumé a ese ritual - en donde por obra del azar, de la audacia y de la codicia de los contendores, iban apostando a enriquecerse con acciones y propiedades urbanas…recuerdo a un primo que sigue, hasta hoy, haciendo las mismas apuestas con la vida…
Y de ahí mi súbita lucidez, ¿Estará pasando lo mismo con las llamadas clases dominantes, las que - no por obra del tiempo, sino de oportunidades de dudoso origen y de corta data - han amasado sus enormes fortunas?, ¿seguirá siendo, me pregunto yo, la adrenalina de la codicia y del vértigo de ganar por ganar, el gran impulso de sus vidas?
¡Despierten ya, señores!, ya no están en torno a un escenario de cartón, de billetes multicolores y fichas de plástico, están jugando con el destino de un país, de las ciudades, de los barrios, de personas, de niños, de mujeres y de hombres reales…¡ya paren con el desvarío!
Y es así como vemos caer, y con qué destartajo, día a día trozos enteros de ciudad y para lo cual directores de obras, alcaldes, seremis y ministros ajustan las bases de este cada vez más intrincado juego del Metropolis, para que estos mimados y resilientes nenes sigan con su lúdico trance, ¿donde están las barreras en esta borrachera perversa?, ¿quién para el horror?, ¿de donde surgirá la luz antes de la destrucción total?, ¿seremos capaces aún conciudadanos, de desplomar la lógica del exterminio, de que la vida también es un bien desechable?
Verónica Adrián
No se por qué asociación curiosa, de madrugada, se me configuró el cuadro, me remonté a esas tardes de infancia cuando, ebrios de emoción, hermanos y primos jugaban al “Metrópolis” - premonitoriamente yo nunca me sumé a ese ritual - en donde por obra del azar, de la audacia y de la codicia de los contendores, iban apostando a enriquecerse con acciones y propiedades urbanas…recuerdo a un primo que sigue, hasta hoy, haciendo las mismas apuestas con la vida…
Y de ahí mi súbita lucidez, ¿Estará pasando lo mismo con las llamadas clases dominantes, las que - no por obra del tiempo, sino de oportunidades de dudoso origen y de corta data - han amasado sus enormes fortunas?, ¿seguirá siendo, me pregunto yo, la adrenalina de la codicia y del vértigo de ganar por ganar, el gran impulso de sus vidas?
¡Despierten ya, señores!, ya no están en torno a un escenario de cartón, de billetes multicolores y fichas de plástico, están jugando con el destino de un país, de las ciudades, de los barrios, de personas, de niños, de mujeres y de hombres reales…¡ya paren con el desvarío!
Y es así como vemos caer, y con qué destartajo, día a día trozos enteros de ciudad y para lo cual directores de obras, alcaldes, seremis y ministros ajustan las bases de este cada vez más intrincado juego del Metropolis, para que estos mimados y resilientes nenes sigan con su lúdico trance, ¿donde están las barreras en esta borrachera perversa?, ¿quién para el horror?, ¿de donde surgirá la luz antes de la destrucción total?, ¿seremos capaces aún conciudadanos, de desplomar la lógica del exterminio, de que la vida también es un bien desechable?
Verónica Adrián
Julio de 2006
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