02 mayo 2006

LA MEDIDA DE LO POSIBLE: Foto de la ciudad

O vamos hacia algún tipo de pesadilla norteamericana con esa segmentación territorial y humana donde se incuban las pandillas de delincuentes y contradelincuentes, o adoptamos el modelo de ciudad mediterránea capaz de mezclar a sus comunidades y actividades.

Guillermo Tejeda - La Nación Domingo 23 de abril

Embravecidos, los vecinos de La Reina lograron descabalgar al alcalde Luis Montt de sus pretensiones de modificar el plano regulador de la comuna. Montt quería autorizar la edificación en altura en una comuna tradicionalmente campestre.
Ha quedado claro, por de pronto, que los alcaldes y concejales ya no se mandan solos. Que la voz del vecindario puede irrumpir en la escena pública o urbana y presionar a favor o en contra –sobre todo en contra, que es siempre más mediático y divertido– de lo que sea. Pero además, en este caso, la polémica hizo que asomara también la voz de los amos comunales, los que mandan e influyen por debajo o por encima de los demás vecinos, o sea la diputada Cristi o el arquitecto Castillo Velasco, envueltos ella en los vahos del postpinochetismo persistente y él en los de su fecunda labor de constructor de comunidades con casas de ladrillos que, aunque se lluevan y sean oscuras por dentro, siguen siendo amadas por sus habitantes.
En fin, las modificaciones no se harán por el momento. Pero el problema es qué haremos a fin de cuentas con La Reina y con la ciudad entera. En la Plaza de Armas de Santiago había hace unos días una especie de cubo de Rubik del alto de una casa y plantado sobre uno de sus ángulos. Aquello no era un monumento ni tampoco un estrado, sino una publicidad gigante de la tienda Ripley, una vulgaridad comercial comiéndose el espacio público. Habría que preguntarle quizá a los santiaguinos si quieren que sus plazas sean ocupadas por empresas, que para eso pueden pagar. Total, la gente se divierte hoy más en los malls que en las antiguas placitas con busto de O’Higgins y plataforma para el orfeón.
¿Qué ciudad deseamos? ¿Con o sin plazas? ¿Con arbolitos, como en el campo, o con rascacielos? ¿Con un poco de todo y ordenadamente, o con un salpicón caótico de lo que caiga? Los concejales nos hablan de patentes de alcoholes y de recogida de basuras, que aunque son temas excitantes para ellos no lo son quizá para muchos urbanistas modernos. La arquitecta Ximena Délano, quien terció en la polémica reinina, invitaba al alcalde Montt a abandonar el modelo conservacionista a ultranza que se está aplicando. Una comuna santiaguina no es ni puede ser un trozo de campo. Está visto que las ciudades que se segmentan separando claramente sus zonas de trabajo de su zonas de residencia y de sus zonas de ocio, en lugar de contar con tres paraísos comunicados por automóvil terminan teniendo tres tipos diferentes de infiernos envueltos en una nube de autopistas. A eso estamos yendo en Santiago, al aplicar de modo instintivo y sin responsabilidad un modelo de ciudad norteamericana que aunque se acopla bien con nuestro arribismo y nuestra paranoia, no sigue mucho la traza histórica de lo que hemos sido como país.
¿Tiene alguien idea en Santiago de hacia dónde va nuestra ciudad? ¿Elaboran los partidos políticos o las ONG o alguien modelos alternativos que nos muestren la foto de aquello donde queremos vivir en el futuro? No se trata de especialidades para urbanistas o arquitectos, sino de cosas sencillas. Si preferiríamos ir a pie al trabajo o en una micro de recorrido interminable; si nos gustaría que los niños pudieran andar en bicicleta en la calle. En fin, cosas así. Cada una de ellas tiene su precio, claro está.
Pero las ciudades modernas, y especialmente las nuestras, parecen ir brotando solas, se van tejiendo a partir de intervenciones que pocas veces responden al sentir de los vecinos, y que además nadie evalúa jamás. Más influyen en nuestros barrios el presidente del Metro o los directores de cualquier consorcio que construye centros comerciales, que nuestros modestos concejales. Los impetuosos alcaldes santiaguinos no manejan, en verdad, la ciudad, ni tampoco parece hacerlo el intendente, que vive sumido en aquello de las predicciones de partículas.
La Reina busca su identidad postparcelas, y no acaba de encontrarla. La idea de don Fernando Castillo Velasco de hacer unos portales con grandes edificios parecía razonable, aunque no ha prendido. Quizá quiera seguir el alcalde Montt el ejemplo de Ñuñoa, destruida o picoteada a buen ritmo por el alcalde Sabat: mientras más edificios atroces destruyen los antiguos barrios sin orden ni concierto, más sube la popularidad de este alcalde. Los vecinos están felices de la fealdad de Irarrázaval y orgullosos de los edificios de altura con que se van liquidando la estética y el uso residencial de la comuna.
O sea, que en el fondo nos gusta alegar pero a ver quién quiere proponer algo. No se trata de pisos más o pisos menos, sino de modelos de ciudad. O vamos hacia algún tipo de pesadilla norteamericana con rascacielos, tréboles, malls, con esa segmentación territorial y humana donde se incuban las pandillas de delincuentes y contradelincuentes que vemos en las películas, o adoptamos el modelo de ciudad mediterránea de desarrollo sustentable, capaz de mezclar a sus comunidades y actividades. A ver si entre tanto especialista hay alguien que nos muestre una maqueta, una foto, una película de lo que serán nuestra comuna y nuestra ciudad cada vez que aprobamos o rechazamos un plano regulador.